Cultura

María Esther Vázquez, la última habitante

La escritora compartió momentos de lectura y escritura con Jorge Luis Borges, era la presidenta de la Fundación Victoria Ocampo y dejó una obra compuesta por biografías, investigaciones, poesías y cuentos.

Por Héctor Alvarez Castillo

La desaparición de una escritora, partícipe de la vida cultural de nuestro país, desde fines de la década del cincuenta hasta el presente, deja un vacío que no es necesario ni sencillo definir. El sábado 25 de marzo falleció en la ciudad de Buenos Aires, tras padecer un ACV hemorrágico, la escritora María Esther Vázquez. Había nacido en la misma ciudad en el año 1937 y hace años que ocupaba la Presidencia de la Fundación Victoria Ocampo.

En vida fue consciente de que su relación con Jorge Luis Borges no sólo marcó su trayectoria literaria y vital, sino que iba a ser en el futuro la base de su pervivencia. Fue colaboradora de Borges en los breves manuales: Introducción a la literatura inglesa (1965) y Literaturas germánicas medievales (1966) –que es donde Borges revisa y corrige Antiguas literaturas germánicas (1951), escrito en colaboración con Delia Ingenieros.

Sobre esta última obra, María Esther Vázquez, casi risueñamente, había comentado que para Borges escribir un libro en colaboración con una mujer “era casi una estrategia de seducción, un anzuelo”. Algunas fotos de ese tiempo delatan una cercanía que se da entre quienes existe un afecto y confianza mutuos.

Para Literaturas germánicas medievales, en sus palabras su participación se redujo a ser lectora y escriba; a diferencia de lo que sucedió con la obra sobre literatura inglesa, allí entiende que tuvo un aporte activo. Entre otros, fue capaz de abrir en Borges el conocimiento de la obra de D. H. Lawrence, más allá de los prejuicios que éste tenía con el autor inglés.

Este itinerario comienza para María Esther Vázquez cuando siendo alumna de la carrera de Letras ingresa al Departamento de Extensión Cultural de la Biblioteca Nacional (1957). Borges era el director desde 1955 y lo sería hasta la vuelta del peronismo en 1973. Allí se fue construyendo el vínculo que, entre otros frutos, dio dos biografías sobre nuestro celebrado escritor: Borges, esplendor y derrota (1996, Premio Comillas, Editorial Tusquets) y Borges, sus días y su tiempo.

Dentro de esta relación, una nota nada menor es que él le dedica uno de sus logros poéticos más altos, el “Poema de los dones” (1958), incluido en la compilación de prosas y poemas titulada El hacedor (1960). María Kodama –quien siempre que ha tenido la oportunidad ha dado muestras de su avaricia y mezquindad– desde que fue declarada heredera de los derechos de Borges borró tal dedicatoria.

María Esther Vázquez lo cuenta en Borges. Esplendor y derrota:

“En diciembre de 1958 Borges escribió el “Poema de los dones”, incluido en El hacedor, que apareció en 1960. Posteriormente y en ediciones sucesivas, Borges me lo dedicó. Dedicatoria que persistió hasta su muerte; luego fue borrada. El editor B. del Carril dijo que fue una orden dada por quien ha heredado los derechos de Borges, María Kodama”.

Su labor como investigadora y biógrafa no se limita a Borges, también nos entregó importantes trabajos sobre Victoria Ocampo –el último de ellos en el año 2002: Victoria Ocampo. El mundo como destino– y sobre Mujica Láinez, de quien fuera gran amiga. Su obra comenzó con un temprano conjunto de cuentos: Los nombres de la muerte (1964) y llega a Estrategias de la pena (2014), obra en la que reúne parte de su poesía. A futuro, probablemente, aparezcan apuntes, proyectos, que den lugar a obras póstumas. Los escritores siempre dejan entre sus pertenencias esas ceremonias anónimas.

En esos años finales, en los que le tocó despedirse entre otros de su compañero, el eximio traductor y poeta Horacio Armani (1925-2013), se la podía ver en distintos actos, pero especialmente activa en la Fundación Victoria Ocampo –de alguna manera un legado en nuestra cultura– y su trato siempre era cordial, con una sonrisa y transparencia que la convertían en un ave raris para nuestras cofradías literarias, tan prontas a la impostura.

María Esther Vázquez fue una habitante de otra época que nos dejó, con su partida, sin ese testimonio viviente que nos obsequiaba generosamente con su presencia. Quizá el último habitante de ese mundo inaugurado con las vanguardias de los años veinte, las irrupciones en nuestra literatura de Arlt, Borges y Girondo –en mención sólo de algunos de los que fueron– y de esa cumbre que significó el Grupo Sur, con su extenso recorrido como editorial, revista y lugar de confluencia tanto de coincidencias como de disputas.

Ese testimonio viviente nos ha dejado y su adiós actúa como una clausura a esa otra época que fue, ahora sólo nos queda el trabajo de los investigadores, nuestro acercamiento mediado a los textos. Ya no la calidez y la palabra directa de alguien que integró ese período, que hoy más que nunca es el pasado.

Nuestra cultura y con ella la literatura argentina están impelidas a dar respuestas desde el presente con la vista puesta tanto en pasado como en el futuro. Debido a más de un factor esas respuestas hace tiempo que se ofrecen como agua que derrama un gotero. Desde los editores, desde aquellos en los que reposan las políticas culturales, desde los artistas mismos, deben surgir esas repuestas que expresen un talento y compromiso a tono con nuestra historia.

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